Más de lo viejo en
la Nueva Escuela Secundaria (NES)
Por Maia Gruszka
Uno de los mayores logros -que en nuestro lenguaje siempre es sinónimo de derechos- de la Ley de Educación Nacional 26.206 sancionada durante el gobierno de Nestor Kirchner, es el establecimiento por primer vez en la historia de la obligatoriedad del nivel secundario. Además de un incuestionable paso hacia la inclusión y la democratización de la educación, esto implica un gran desafío.
Hoy la escuela secundaria, cuyos
principios fundantes mitristas las pensaron para una elite dominante, deben
incluir a todos y todas en sus aulas. Pero el cumplimiento de la ley implica no
solo garantizar el acceso de los sectores populares históricamente excluídos;
sino también, y sobre todo, su permanencia y finalización. Para cumplir con
esta meta indudablemente la secundaria tal como la conocimos desde su origen
hasta nuestros días debe cambiar; debemos repensar de qué forma organizamos la
escuela; cómo evaluamos qué saberes; transformar el régimen laboral de los
docentes que carecen de tiempo y espacios para consolidar vínculos y realizar
un seguimiento pedagógico de sus estudiantes; reconfigurar profundamente la
relación con la sociedad y la realidad, en fin, debemos pensar qué sujetos
formamos, en qué escuela secundaria y para qué sociedad.
Toda educación es política, y toda
selección de contenidos es política. Lo que está detrás de esta decisión
política es la intencionalidad de que tipo de sujeto el macrismo quiere que
formen nuestras escuelas públicas. Nosotros queremos una escuela secundaria
para todos y todas, al servicio del pueblo, emancipadora, que forme sujetos
comprometidos con la sociedad, solidarios. Macri quiere una escuela pública
para pobres, y que los ricos se paguen las mejores. No le importa
si aprenden sobre el pasado, para entender el presente y construir el futuro;
no le importa si la historia la escriben los que ganan o contamos la historia
del pueblo. A Macri le importa lo que dice el mercado, lo que se puede comprar
y vender. Quizás tengan razón, la historia y la geografía cotizan menos que
otras disciplinas; porque brindan herramientas para construir sujetos críticos
capaces de comprender procesos sociales y cuestionar las políticas neoliberales
de sus gobiernos amigos.

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