jueves, 19 de julio de 2012

PLAN DE ESTUDIO: DIMENSIÓN POLÍTICA


PLANES DE ESTUDIO: SU DIMENSIÓN POLÍTICA

Por Florencia Faierman y Magalí Peusner
(Pública y popular, minoría estudiantil de Ciencias de la Educación, FFyL, UBA)


En la actualidad, muchas de las carreras de nuestra facultad, de la UBA y de otras Universidades Nacionales se encuentran en el arduo y entreverado proceso de reforma o construcción de sus planes de estudio.

En primer lugar, es importante visibilizar que esto no es una cuestión casual, ni se debe a que algún artículo perdido de un estatuto universitario indica que así deba ser. Haciendo una mirada veloz por la historia del último siglo de nuestro país, es evidente que este tipo de procesos a escala masiva se han dado sobre todo en los momentos de quiebres políticos paradigmáticos: el triunfo del liberalismo sobre el conservadurismo clerical y oligarca en las primeras décadas del siglo XX; la llegada de un gobierno popular y la exaltación de los valores de la clase trabajadora en el ´45; el período oscuro de ausencia total de libertad de pensamiento e ideas del ´76 al ´83; la primavera democrática de los ´80; y el neoliberalismo de los ´90. En cada uno de estos momentos, el proceso fue más o menos democrático, más o menos profundo y abarcativo, con mayores o menores (o nulos) niveles de participación de los actores involucrados; pero en todos los casos se repensó la formación superior universitaria en función de la direccionalidad política hegemónica.

Esto evidencia dos cuestiones: por un lado, todo proyecto político propone un proyecto pedagógico de acuerdo a sus propias necesidades, a la vez que todo proyecto pedagógico se enmarca en un determinado proyecto político que lo direcciona y le da sustento. Por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, resulta indispensable que al momento de pensar un cambio de contenidos, de enfoque, de sujetos pedagógicos, establezcamos primero desde qué proyecto político, para qué modelo de país lo estamos haciendo; no hacerlo explícito no significa que el proyecto pedagógico no tenga direccionalidad, sino que ella no fue reflexionada o responde a naturalizaciones del imaginario social, y por lo tanto probablemente las reproduzca acríticamente.

Para poder empezar a pensar en definir una direccionalidad política para una propuesta pedagógica, es necesario en primer lugar tomar posición sobre cuál es la contradicción principal que estructura las relaciones de poder en nuestro país y nuestra región.

Desde una perspectiva “internacionalista”, esta contradicción sería la de capital-proletariado. Pero, profundizando un poco el análisis, este par antagónico sólo es materializado en la Europa de los siglos XVIII y XIX, en el marco del despegue industrializador de esa región, cuando el excedente del sector dominante es principalmente extraído del plusvalor producido por el obrero.

Sin embargo, si bien dicha contradicción está presente a nivel teórico en todo lo que refiera al sistema capitalista, no basta para explicar otras formas de dominación que definen mucho mejor la condición de dependencia estructural que atraviesa toda nuestra historia, desde la escena fundante de la llegada de Europa a América. El capitalismo es planetario, y por lo tanto las relaciones de poder son primero planetarias antes que clasistas.

Por lo tanto, y siguiendo a los pensadores locales que han logrado categorías de análisis propias, resulta mucho más pertinente y representativa para nuestra realidad la dicotomía centro-periferia como contradicción principal.

De esta manera, la educación superior podría hacer aportes que realmente respondan a la especificidad y demandas de nuestro pueblo “de carne y hueso”, con categorías producidas en el contexto de dicha especificidad. Las categorías de origen marxista son tan “receta importada” como las liberales, ya que ambas fueron producidas en un marco que nada tiene que ver con nuestra historia e identidad.

Con esta premisa, el concepto jauretchiano de “colonización pedagógica” cobra un valor agregado. La dependencia estructural que define nuestra historia no es sólo económica sino también política y cultural, y tiene su base, como explica Adriana Puigross, en el vínculo pedagógico originado en el siglo XV. Pensamos con una cabeza prestada, podríamos decir. Por lo tanto, el objetivo principal de la educación superior en Argentina (y también en América Latina) debería ser la “Descolonización Pedagógica”, es decir, el cambio profundo del vínculo pedagógico que viene operando en América Latina desde la que es considerada su escena fundante, el Requerimiento, que plantea un vínculo pedagógico bancario, en el cual se niega la cultura popular preexistente y se responde a fines colonialistas que no tienen nada que ver, e incluso van en contra, de los intereses propios, negando al otro y a su subjetividad. ¿Y qué quiere decir esto para nuestra formación? Colaborar con la construcción popular de categorías que nos permitan pensarnos y pensar el mundo, escribirnos y escribir el mundo, desde la voz del pueblo, desde la voz de “los vencidos” de esta parte del planeta.

Un plan de estudios universitario puede reproducir y fortalecer la colonización pedagógica, o puede proponerse descolonizar el pensamiento, estableciéndose objetivos concretos con significado popular, como la producción de aportes socialmente valiosos; la participación de los estudiantes en proyectos político-sociales-culturales de su contexto; la formación de sujetos con sentido crítico, reflexivo y analítico de la realidad que los rodea; la construcción de categorías de análisis que respondan a las especificidades locales, etc.

El actual gobierno ha llevado adelante múltiples e importantísimos avances en materia educativa, tales como la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Educación Nacional, la Ley de Educación Técnico-Profesional, Plan Conectar-Igualdad, Plan FINES, Programa Encuentro de Alfabetización, Ley de Educación Sexual Integral, entre otros. En materia de educación superior, nueve universidades nuevas (en zonas en las q sus habitantes antes no podían ni pensar en estudiar una carrera porque no tenían cómo llegar, geográfica y simbólicamente hablando), la ampliación de facultades ya existentes, la ratificación de la Ley de Gratuidad de la universidad nacional (sancionada en el primer gobierno peronista), entre otras cosas, son la muestra indiscutida de la voluntad política de este gobierno de ampliar el acceso a “la academia” de cada vez más personas, entendiendo la educación como un derecho y no como una mercancía a la que sólo acceden los que tienen las condiciones materiales y simbólicas para hacerlo.

Sin embargo, queda pendiente la profundización de la transformación más de tipo cualitativa, que recupere los altos niveles de inclusión obtenidos para transformar ahora la calidad y carácter de esta educación. Se trata de profundizar y materializar la direccionalidad política del proyecto pedagógico de la presente etapa histórica.

Los actuales planes de estudio han sido presa del ideario neoliberal y sus marcas están en cada párrafo. Sobran ejemplos; los objetivos actuales del plan de Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA resultan muy ilustrativos:

1.- Lograr un adecuado equilibrio entre una formación general y una formación que avance progresivamente hacia la especialización y asegure el tratamiento teórico-técnico focalizado de diferentes campos de investigación y práctica profesional.
2.- Incluir la investigación como dimensión continua de la formación.
3.- Procurar la complementación entre la rigurosa formación teórica y el directo y amplio conocimiento de la realidad concreta, apoyado en la capacidad de reflexión y sistemático conocimiento de los datos.
4.- Evitar la especialización precoz que limita y estrecha el horizonte del conocimiento y dificulta la reorientación y reconversión profesionales.
5.- Proveer una formación que permita inscribir esta etapa de la educación universitaria en un proceso permanente de actualización, reciclaje o reconversión orientado hacia el cumplimiento de nuevas funciones y roles en las diversas esferas del quehacer de la especialidad.

Habla de especialización, de teoría y técnica, de investigación, de práctica profesional; incluso esboza tímidamente algo sobre conocer la realidad concreta… Pero no hay presente ni una letra sobre la acción sobre esa realidad, sobre el compromiso y la responsabilidad del estudiante y del licenciado, sobre la función social de la educación superior como herramienta de transformación al servicio de un pueblo y de una Nación. Y, como ha dicho Juan Perón, “Tanto la cultura como la ciencia son elementos al servicio del pueblo y esgrimidos por las manos del pueblo; queremos una cultura popular;(...) porque entonces tendremos un pueblo culto y tendremos una ciencia argentina al servicio del pueblo argentino, que es lo único que justifica la cultura y justifica la ciencia."

El proceso político que estamos viviendo nos develó a muchos, más o menos concientemente, a algunos desde el análisis político racional y a otros desde la percepción o sensación, la imperiosa necesidad de revisar las bases de nuestra formación. En un contexto de inclusión social y ampliación de derechos para todo el pueblo, la universidad no podía quedarse afuera. Es el momento de hacer realidad efectiva consignas como “Universidad de los trabajadores”.

Ésta es la transformación cualitativa. Para esto, no alcanza con promulgar leyes. El intelectual tiene una responsabilidad con el pueblo, del cual forma parte, y debe tener la capacidad de conmoverse frente a la injusticia que sufre su pueblo y sentirla como propia; poder entender desde dónde comprende el mundo el pueblo. Si no, su intervención no tendrá efectos reales, o tendrá efectos perjudiciales para el pueblo; y, por lo tanto, también para el propio intelectual. Como dijimos al principio de este artículo, es indispensable que nos hagamos cargo de esta tarea asumiendo una posición política; si no lo hacemos, corremos el peligro de reproducir, incluso sin intención, lógicas que atentan contra la democratización del conocimiento y del acceso a la formación e información.

En este sentido, al reformar los planes de estudio, es indispensable pensarnos como sujetos con potencialidad política, formando parte del pueblo, inmersos en determinado contexto histórico con sus problemáticas. El profesional debe poder encontrar caminos para intervenir en la realidad concreta en la que vive; las carreras deberían brindarnos herramientas con este fin, para describir y solucionar las problemáticas de nuestro pueblo, no “bajando al terreno”, sino siendo parte de la realidad. El trabajo con autores y paradigmas nacionales y latinoamericanos, y el conocimiento práctico (o, mejor dicho, desde la praxis), se hace indispensable para andar este camino. Retomando lo dicho más arriba, cada proyecto pedagógico está inserto en determinado proyecto político que lo direcciona y, a su vez, cada proyecto político propone un determinado modelo pedagógico que lo sustenta. Queda justificado, por los avances que se vienen llevando adelante, sobretodo en materia educativa, que el proyecto de país está demandando un nuevo profesional que debe tener el rol de transformar la realidad a favor de los sectores populares recuperando lo mejor de nuestra historia. Esto no significa desmerecer los conocimientos acumulados de la humanidad, pero sí empezar a valorar lo propio y a construir desde la praxis concreta, partiendo de la realidad para generar teoría y no inventando la realidad con teorías importadas.



[i] Basado en Faierman, Florencia y Peusner, Magalí (2011) “La educación popular como política de Estado: la responsabilidad del Licenciado en Ciencias de la Educación”, presentado en las IV Jornadas Nacionales de la Asociación de Graduados en Ciencias de la Educación.

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